Desde El fisiólogo, escrito en Alejandría posiblemente en el siglo II, hasta el Manual
de zoología fantástica (1957), de Jorge Luis Borges (título convertido
después en Los seres imaginarios),
las bestias adquieren una importancia fundamental para vincular al hombre
con su dimensión destructora. Esta significación ya estaba en el bestiario
lunar de la Historia verdadera
(s.II) de Luciano de Samosata. La
reitera H. G. Wells en The Island of Dr. Moreau (1896), cuando el protagonista, un sabio enloquecido,
transforma animales en hombres que después, por el imperativo de sus ancestros,
adquieren una violencia homicida.
El cine de ciencia ficción ha enriquecido
este bestiario.
Silicatos y monstruos gelatinosos
En The Quatermass Experiment
(El experimento del Dr. Quatermass), de
Nigel Guest, filmado en 1956 por
Val Guest, tenemos un ser gelatinoso.
Se trata del Dr. Quatermass, cuyo cuerpo, después
de un viaje orbital, se transfigura en contacto con cierta materia orgánica
del espacio. Esta materia comienza por invadirle las extremidades. Después
lo “toma” totalmente y lo convierte en una masa gelatinosa. Transfigurado
en esa piltrafa terrorífica, el Dr. Quatermass
se arrastra o asciende por las paredes perseguido por los que se oponen
a esa monstruosidad. Por último, se oculta en la Abadía de Westminster.
Pero sus enemigos, utilizando un dispositivo eléctrico, lo destruyen.
En La plaga asesina (1976), film dirigido por Robert
I. Gordon y protagonizado por Margoe
Gortner y Pamela Franklin, se adaptan algunas
ideas de El alimento de los dioses
(1903) novela de H. G. Wells. No se trata ya
de un invento sintético, sino de una materia extraña que brota de la tierra
y hace crecer a los animales; las ratas, las avispas, los gallos. Todos ellos se transfiguran, se agigantan y
se hacen repulsivos. La mutación, a su vez, los hace agresivos. Devoran
al hombre. La batalla es épica. O
sobreviven los humanos o triunfa la naturaleza que se yergue monstruosamente.
Triunfará el hombre. La idea de Wells, convertida
ahora en una “extraña materia”, le da al cine la posibilidad de un ingente
bestiario.
Los silicatos, a su vez, constituyen otra dimensión del mundo bestial.
Son monstruos tentaculares que persiguen al hombre para alimentarse de
sus huesos. Aparecieron en Island of terror,
filme de 1960, dirigido por Terence Fisher. La acción previa está referida a unos científicos
que tratan de crear células vivas sobre la base de energía radioactiva.
De esta investigación fallida surgen los silicatos
trituradores de huesos humanos y la lucha posterior para aniquilarlos.
En Creature From the Black Lagoon (1954), (La mujer
y el monstruo), dirigido por Jack Arnold con argumento de Maurice
Zinn, aparece un híbrido de pez y hombre encarnado por Ricou Browning, que se enamora de
Kay Lawrence, interpretada por Julie
Adams. En todos los casos, los seres anormales,
originados, por lo general, en la falencia del hombre, víctima de sus
propias investigaciones, serán aniquilados para salvar este mundo contradictorio
y condenado a perecer.
En el bestiario enumerado por Luis
Gasca en Cine
y ciencia ficción (Barcelona, Sinero, 1969),
nos hallamos con arañas gigantescas que deben ser destruidas, como en
The Spider, de
Bert I. Gordon, por un arco eléctrico.
O en avispas que crecen desmesuradamente, a consecuencia de un misil radioactivo,
como en Monster from Green Hall. O bien, una tarántula,
“víctima de las experiencias de un sabio que busca la solución para el
hambre”, que se lanza contra los humanos en el filme Tarántula, de Jack Arnold.
Estas bestias surgen impensadamente. O como dice Gasca:
“Los volcanes acostumbran incubar también monstruos similares, como en
el caso de The Black Scorpion, de Edward Ludwig, 1957. Otro caso sumamente curioso es el planteado
por los cangrejos carnívoros de Attack of the Crac Monsters,
que atacan a los seres humanos, absorben su materia gris y se transforman
en cangrejos con cerebro humano”.
Trífidos y seres vegetales
A veces estos monstruos asumen formas
vegetales como en The day of the
triffids (1952), (El día de los trífidos)
de John Wyndham. Los trífidos son plantas
de más de dos metros de altura, de las que se obtiene un aceite. De pronto,
debido a un acontecimiento cósmico, acaso un cometa y las radiaciones,
se convierten en carnívoras y se rebelan contra los humanos. Desatan una
guerra terrorífica. En el capítulo 15 de la novela dirá Hill:
“Me parece una coincidencia muy rara
que en miles y miles de años un cometa destructor haya llegado justo poco
después de que estableciéramos unas armas satélites”.
Previamente había dicho:
“No creo que podamos acusar a nadie
a propósito de los trífidos. Los extractos eran muy valiosos. Nadie puede
ver a dónde lleva un descubrimiento, ya sea una nueva especie de motor
o un trífido. Y no tuvimos ninguna dificultad con esas plantas mientras
las condiciones fueron normales”.
Llevada al cine esta novela, la versión
resultó bastante pobre.
En The Woman Eater (1960), (La mujer devoradora),
de Charles Saunders, la corteza de un árbol
mágico puede resucitar a los muertos, pero es indispensable que le entreguen
mujeres para ser succionadas. A veces son hombres los que se transfiguran
en seres vegetales, como en Unknown Terror (Terror desconocido). Es la consecuencia de haberse alimentado
con hongos radioactivos.
El pueblo – Bestia
H. G. Wells,
atraído por la investigación y su interés por combatir el afán desmesurado
del hombre, publicó en 1896 The Island of Dr. Moreau, trasladada al
cine en más de una ocasión. En esta novela el Dr. Moreau,
en una región selvática asilada de la civilización, crea un mundo, el
Pueblo–Bestia, como él le llama, donde logra convertir bestias en “seres
humanos” mediante la vivisección. Los humanos que obtiene de estas operaciones
no pierden, sin embargo, el aspecto primitivo. El Hombre–Mono o el Hombre–Leopardo,
por ejemplo, serán “humanos” pero tendrán siempre la apariencia que de
alguna manera les recordará la forma primitiva de la bestia que fueron.
La última adaptación cinematográfica,
dirigida por Don Taylor y protagonizada por Burt
Lancaster, en 1976, sigue a Wells,
pero introduce probetas y combinación de genes. Se destaca en el filme
Michael Cork, a quien el doctor Moreau quiere
someter a cierta experiencia inversa: transfigurar un hombre en bestia.
Es el instante en que las bestias–hombres involucionan hacia su accionar
instintivo, animal, y se rebelan contra su creador. La muerte de todos
salvará a York y la muchacha que acompañaba
al doctor Moreau en la Isla de las Almas Perdidas, denominación
de Wells a ese Pueblo–Bestia sometido a la arbitrariedad
del sabio.
En la novela (c.XVI)
el Dr. Moreau explica así su procedimiento:
“Usted ha de conocer seguramente
una operación quirúrgica muy común, a la que recurre en casos en que la
nariz ha quedado destruida: se corta una lonja de piel de la frente, se
baja sobre la nariz y se la adhiere y se hace cicatrizar en esta nueva
posición (...). El injerto del material fresco suministrado por otro animal
es también posible: el caso de los dientes por ejemplo (...); el cirujano
coloca en medio de la herida pedazos de piel recortada de otro animal,
o fragmentos de huesos de alguna víctima recientemente muerta”.
Ahora, indudablemente, mediante la
clonación o reproducción agámica, que obra
sobre los ácidos ribonucleico (ARN) y desoxirribonucleico (ADN) de las
células se obtienen mejores resultados que los previstos por Wells.
Pero el hombre deberá cuidarse de crear este infierno, cuyo primer derrotado
será él y su afán de superar el enigma”.
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