He aquí una serie de
explicaciones coherentes
para aquellos fenómenos de existencia
comprobada que durante mucho tiempo fueron
motivo de las más inconsistentes especulaciones
En uno
de los hechos paranormales consignados por el parapsicólogo Harold Sherman,
la señorita Liebs, directora de una orquesta, debió ocupar cierta habitación
en un hotel de Atlantic City. Esta habitación, muy a la antigua, estaba
ubicada en un primer piso con terraza. Tenía una cama de cuatro patas,
un pequeño lavabo y un tocador con un gran espejo. Dormía ya la señorita
Liebs cuando despertó sobresaltada. De pie, en frente del tocador –seguimos
a Sherman– “había un hombre en traje de etiqueta (...) quitándose el cuello
postizo y la corbata. Casi simultáneamente ella vio a la luz de la luna
que alguien saltaba silenciosamente por sobre el barandal del balcón y
empujaba la puerta de cristal para introducirse en la alcoba”.
El hombre
de etiqueta logró darse vuelta, pero fue apuñalado brutalmente por el
otro. El asesinato estaba consumado. La señorita Liebs gritó desesperadamente.
La escena había sido tan clara, que no podía dudar de su veracidad. Los
que acudieron a su llamado angustioso dijeron que se trataba de una pesadilla,
ya que los contendores no se hallaban en la habitación. Sin embargo, un
empleado del hotel dio la solución. Un año antes el jefe del personal
había sido asesinado de esa manera en esa misma habitación.
Sherman,
para explicar esto, formula el siguiente comentario: “Se había generado
un campo de energía con fuerza para producir un suceso tan cargado de
emoción, como si las formas del pensamiento emanadas del acto de violencia,
existieran todavía en algo parecido a una vida sintética y en una dimensión
desconocida”. Indudablemente, esta explicación es incorrecta. Lo que sucedió
en Atlantic City fue un fenómeno de psicometría
que luego desarrollaremos.
Pero
antes vamos a ver otros hechos de casas
embrujadas (o encantadas), en los que además de la psicometría y los
fantasmas, se produce un fenómeno estudiado en parapsicología: el poltergeist, que también explicaremos.
Veamos
un segundo caso que transcurre a fines del siglo pasado.
Terminadas
las maniobras, el príncipe de Schlesvig–Holstein, que entonces era oficial
de caballería, debió hospedarse en un castillo de las afueras de Breslau.
Improvisó su lecho en la habitación en que también debía dormir otro oficial.
Pero a la medianoche, sobresaltado, despertando repentinamente, vio al
fantasma de una dama inclinada sobre él, que llevaba un vestido de seda
azul. Del cuello del fantasma colgaba el ataúd de un niño.
El príncipe,
según dicen, solía contar hasta 30 antes de tomar sus decisiones fundamentales.
Y así lo hizo esa noche mientras el fantasma parecía decir: “¡Imposible,
ahora se te ocurre contar!” Y al instante se diluyó lentamente.
Poco
después el príncipe se enteró que bajo el piso de la habitación habían
hallado el esqueleto de una mujer envuelta en desechos de seda azul, que
tenía encima un pequeño ataúd con los restos de un niño. Esta historia,
con algunas variantes, fue relatada por el príncipe cuando casó con una
de las hijas de la reina Victoria de Inglaterra. ¿Leyenda o realidad?
La inglesa
Joan Grant, famosa médium reencarnacionista
nos relata en Nuestras vidas anteriores
(París, Publications Premieres,
1971) un hecho interesante. El libro fue escrito en colaboración con el
psiquiatra Denis Nelsey, su tercer marido.
En 1927,
Joan Grant, que ya de niña solía detectar espectros, alquiló una habitación
en el quinto piso del Palace Hotel de Bruselas. Entró en el baño, se duchó
para descansar mejor y se metió en la cama. Pero cuando estaba por dormirse
vio que un “joven” salía del baño, cruzaba la habitación y se arrojaba,
sin ruido alguno, hacia la planta baja.
Joan
se levantó, miró hacia abajo y sólo vio a un camarero que trasladaba un
cajón de botellas. Se acostó nuevamente y se produjo el mismo hecho. Pensó
que, indudablemente era una habitación encantada. Joan, llena de miedo,
comprendió que debía ponerse en contacto con un “alma en
pena”. Se levantó nuevamente, cayó en
estado de trance y alzó los brazos mientras decía lloriqueando: “Su miedo
ha pasado a mi y usted ya es libre”.
Ese
acto y esas palabras la tranquilizaron. El salto suicida del “desconocido”
dejó de repetirse. Al día siguiente Joan Grant se enteró que cinco días
antes, un joven se había suicidado arrojándose al vacío desde su misma
habitación. El encantamiento no volvió a repetirse.
El caso
del Atlantic City está vinculado con el fenómeno de la psicometría, “medición de alma”, lanzada
por Joseph Rodhers Buchanan en su Journal
of Man (Boston, 1849) que llevaba el subtítulo de Manual de psicometría. La hipótesis fue completada por su discípulo,
el doctor William Denton, en su El
alma de las cosas o Investigación Psicométrica y Descubrimientos (Wellesley,
1863), escrito en colaboración con su esposa, una dotada de excepcional
importancia.
El procedimiento
de Buchanan consistía, por lo general, en entregar al percipiente algunas
líneas escritas por un desconocido. El dotado, sin leer el contenido,
colocaba el papel entre sus manos y realizaba la videncia, especialmente
una descripción sobre la personalidad del sujeto. Denton modificó el procedimiento.
El percipiente sostenía en la frente el objeto de una persona elegida
al azar, cerraba los ojos y después de un instante comenzaba a describir
sus percepciones.
Otro
de los procedimientos consistía en colocar el objeto-testigo al lado del percipiente, quien luego se concentraba
y comenzaba a dibujar las imágenes recibidas, “proyectadas” por el objeto.
Para
Denton todas las cosas dejaban la huella de sus poseedores. Entrar en
una habitación –expresaba–, equivalía a dejar el retrato en ella. Los
muros, el pavimento de la calle, la silla en que uno se había sentado,
captaban las imágenes de todos los que habían estado allí. Los hechos
quedaban impregnados, fijados a una especie de
negativo que el dotaba receptaba a través de su clarividencia. De ahí
que la psicometría también se llame impregnación
o remanencia.
René
Sudre en Tratado de Parapsicología,
escribe a su vez: “Denton llegó de este modo a perfeccionar los conceptos
de Buchanan. ‘El Pasado’, dice, ‘no está sepultado en el presente... El
pasado vive en el presente y puede ser leído exactamente como si el observador
hubiese estado presente cuando nació a la vida’. Su teoría era físico–psíquica.
Los objetos emitían fuerzas radiantes que van a daguerrotipar sus imágenes
alrededor de ellos”.
Lo sucedido
en Atlantic City es un ejemplo de psicometría. La habitación en que se
llevó a cabo el hecho de sangre, quedó impregnada
de esas imágenes homicidas. La señorita Liebs, a pesar de ella, resolvió
paranormalmente los signos impresos
en el lugar. La habitación no estaba embrujada, sino impresa en negativo. El percipiente experimentó un efecto de clarividencia
retrocognitiva, es decir, referida al pasado.
Igual
efecto es el que tuvo el príncipe de Schlesvig–Holstein. Aquí también
el percipiente despierta sobresaltado y se halla ante una aparente pesadilla.
El lugar estaba impregnado de un asesinato cuyas víctimas habían sido
sepultadas bajo el piso. Tampoco hay variación en lo acontecido a Joan
Grant en el Palace Hotel de Bruselas. Son tres casos de retrocognición
por psicometría.
Robert
Amadou (La parapsicología,
214), refiriéndose a este fenómeno parapsicológico escribe: “Aunque la
idea de impregnación de un objeto, sostén o catalizador, por quién sabe
qué ondas, es una concepción arcaica que no resiste la experiencia, una
consecuencia de la teoría del ‘fluido’, no por ello deja de ser cierto
que el hecho de la ESP –percepción extrasensorial– frecuentemente ha aparecido
facilitado, si no procesado, por la presencia de un objeto testigo”.
En los
tres casos expuestos aquí, el objeto–testigo, ha sido reemplazado por el lugar
en que acaecieron los hechos. La impregnación
es la misma. Las huellas no difieren por la cosa en sí, porque en todos
los casos quedan las imágenes que el dotado puede descifrar.
Hay
un hecho, sin embargo, en las casas encantadas que está
en conexión con el poltergeist
(en alemán, espíritu alborotador). Voy a recordar, como ejemplo, un caso
al que los diarios se refirieron reiteradamente en noviembre de 1978,
en cuyo esclarecimiento intervine como consultor.
Se trataba
del niño Ladímir Gonzalo Barrera, habitante de un rancho en la localidad
neuquina de Covunco Abajo, distante 40 kilómetros de Zapala. Ladímir,
que tenía 11 años, vivía con sus abuelos. Pero un día, inscripto ya con
esta edad y un presunto 20 de junio como día de nacimiento, se enteró
de que sus abuelos no eran los padres verdaderos, sino una hija de estos,
que lo abandonó al dar a luz. Ladímir, por habladurías de otros moradores
del lugar, ya sospechaba que los “abuelos” no eran sus padres, y el día
de la inscripción tardía en el Registro Civil, lo sumió en un estado depresivo.
Era un hijo de “nadie”. La madre había ocultado su nacimiento.
A partir
de ese momento, cada vez que entraba en su casa, se movían distintos objetos
colocados en los muebles. Caían las botellas o salía algún utensilio por
la ventana, como si un poder invisible lo trasladara. Unos billetes de
cinco mil pesos, guardados en un libro por Arodema Sandoval de Barrera,
su abuela, fueron a dar, repentinamente, en la puerta de la casa. Colocados
por segunda vez en el libro, los billetes aparecieron en un rincón insospechado.
Se dijo entonces que la casta estaba embrujada, y que los duendes movían
los objetos. Un médico psicólogo, equivocando el hecho parapsicológico,
diagnosticó telekinesis.
Alejandro
Martí (Clarín, 11/XI/1978) me entrevistó al respecto y expuse las razones
de por qué era poltergeist y
no telequinesia. Otros medios de publicidad
publicaron mis respuestas y las transcribieron a su manera, modificando
equivocadamente algunos conceptos. El diario La Razón, dio a conocer con posterioridad, (31/XII/1978) mi estricto
punto de mi vista. Transcribo:
“No
se trata de fenómenos telequinéticos, sino de efectos o fenómenos de poltergeist. término
de origen germano que significa espíritu alborotador. Ambos presentan
una dinámica común: el movimiento de objetos a distancia, sin contacto
físico. Pero en la telequinesia el dotado entra voluntariamente en estado
de paragnosia o estado de trance. Después puede o no producirse el efecto
telequinético. Es decir que hay una voluntad, y el dotado mueve los objetos
(o se mueven) con su sola presencia. Son las fuerzas psíquicas del inconsciente
las que liberan su telergia y se proyectan al exterior para producir el
movimiento.”
Después
decíamos que el poltergeist
se da en los niños y hombres jóvenes y obedece a conflictos de orden psicológico.
Este es el caso del niño Ladímir Gonzalo Barrera, quien un día descubre
que sus “padres” son, en realidad, sus abuelos. Las burlas e infidencias
de sus allegados lo llevaron a una crisis
de identidad que provocó la psicobulia,
también llamada psicorragia,
que puso en funcionamiento los poderes telérgicos del inconsciente. Los
objetos comenzaron a moverse sin ser tocados por Ladímir. Bastaba que
se acercara a su casa para que la fuerza psíquica liberada de esta manera,
produjera el efecto. Lo mismo va a suceder en cualquier otro lugar al
que vaya el niño. El efecto cesará cuando su mente haya expulsado el conflicto
psicológico que lo ha convertido en agente de fenómenos paranormales.
En Clarín habíamos dicho lo mismo. El niño
padecía de una profunda crisis de identidad. El abandono por parte de
la madre y la búsqueda de sus progenitores lo habían arrojado al vacío.
El niño se sabía a sí mismo un desamparado, un hijo de “nadie” en busca
de sus responsables, lejos del afecto natural de los otros niños que,
a su vez, se burlaban de él.
Todo
eso era suficiente para que el niño pasara de su estado paradisíaco a
un estado conflictivo. No podía concebirse sin sus padres, sin el afecto
a que están ligados todos los niños. En tal situación, indudablemente,
el inconsciente debía liberar incontroladas fuerzas psíquicas. El poltergeist, tenía, por lo tanto, un fundamento para obrar a pesar
del mismo agente. Se manifestaba contra la voluntad de éste.
El movimiento
de los objetos en presencia de Ladímir, provenía, entonces del poltergeist, pero no de la telequinesia
en cuanto tal. En aquél fenómeno no es imprescindible que el sujeto se
halle en estado de paragnosia (o trance, como se dice popularmente). En
la telequinesia, como ya hemos dicho, el estado de paragnosia es imprescindible.
En otras
palabras: el movimiento puede ser el mismo. Varía solamente el origen
o la fuente de este movimiento. Por otra parte la casa embrujada o encantada
no existe por sí misma, sino por la presencia de estos agentes. Alejado
el dotado, cesa el efecto.
También
debemos distinguir entre el efecto producido por la presencia del agente
y el efecto percibido por la psicometría. En este último caso puede no
haber estado de paragnosia, pero el efecto que llega al percipiente, existe
independientemente de éste, originado en la impregnación
del hecho sobre el lugar del acontecimiento. El caso de Atlantic City
y el vivido por el príncipe de Schlesvig–Holstein, existen independientemente
del percipiente. Son objetivos,
aunque el término no sea muy correcto. El dotado los receptará según su
dimensión parapsicológica.
El caso
de la rectoría encantada de Borley, en el condado de Essex, estudiado
por Harry Price en La casa encantada
de Inglaterra (Londres, 1940), es un caso de psicometría (entre otros
muchos efectos) en el que las apariciones del espectro de la monja y el
hombre sin cabeza están vinculados con un hecho histórico del siglo XVII.
Una monja huye del convento con un monje. Sometidos a proceso, ella es
condenada a morir emparedada. El monje, en cambio, es decapitado. Estos
son los espectros que verán rondar por la rectoría. Es un caso de psicometría.
Los dotados receptaban el hecho. Este es objetivo, existe por sí mismo.
Y aquí el “encantamiento” del lugar es independiente del agente. Hay impregnación.
La rectoría
de Borley incluye diversas significaciones que vamos a estudiar en otra
ocasión.
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