Leemos
en los Selected Writings (1803)
de Oliver Pritchard: “Cynthia
Slavery fue una mujer siniestra que reclutaba
sus víctimas entre los que creían que la salvación vendría del Oriente”.
Agrega que vivió y murió muy joven, a finales del siglo XVIII.
Owen, por la misma fecha, la ubica en Londres, muy próxima a las orillas
del Támesis, en King William Street. Dice que era rubia, de ojos castaños, y que a los
29 años ejercía el “sacerdocio” en una secta de lingamitas que tenían a Siva como dios tutelar.
La doctrina,
indudablemente, se remontaba a la India legendaria de los adoradores
del falo. Uno de los nombres de esta divinidad era, precisamente, el
de Linggaraja, de cuyo
aspecto derivó el linga
o lingam,
tan “deseado por el yoni”, como escribía Vatsyayana.
Cynthia Slavery, además del culto,
curaba la satiriasis y establecía reglas para reducir el membrum virile, que
extraía de la Geneanthropeia
(siglo XVI) de Sinibaldo.
En uno de sus sermones, refiriéndose a la sífilis y la satiriasis de
Enrique VIII, dijo solemnemente: “Si yo hubiera vivido en aquella
época, habría impedido los reiterados matrimonios del rey y la ejecución
de Ana Bolena y Catalina Howard”.
Se sabe la fecha de este sermón. Fue el 15 de octubre de 1785, el día
que asesinaron a Saintsbury, el genial defensor
de los fueros femeninos. La ceremonia
principal del culto en esta secta de los lingamitas,
estaba dedicada al desfloramiento terapéutico de las muchachas vírgenes,
próximas a contraer matrimonio o en la imposibilidad de consumarlo por
excesos bestiales del propio contrayente. Cynthia
Slavery citaba en griego unos versos confusos
de Lampódiclos (lingüista del siglo III
a. de J. C.), quien explicaba a Heródoto en
estos términos:
El himen,
valla de los dioses
por amor inextinguible
su falencia decretaron
de Heródoto
en inmortal memoria.
Luego,
como en estado de trance, hablaba del membrum de Siva sin referirse para
nada a la prostitución sagrada practicada en la antigüedad. Sentarse
sobre su luminoso falo, agregaba, equivalía, por la perforación del
himen, a bendecir a la virgen y prepararla para que no fallara la fecundación
en la noche de bodas.
Esto
fue lo que hizo con Katie Bedford,
a quien previamente hizo desnudar entre fervorosos aleluyas,
para que fuera llevada de espaldas a una estatua de Siva
en posición de sentado con el membrum erecto.
La iniciada
tenía el rostro cubierto por un velo, y debía retroceder rítmicamente,
llevada de la cintura por la misma Cynthia.
Llegado el instante del sacrificio, la iniciada, siempre con la colaboración
de la sacerdotisa, debía sentarse en la falda del dios. Pero Cynthia
equivocó la maniobra, y el membrum aceitado de Siva fue a parar
a la sartén, dispuesto a dejarse freír sin ninguna oposición.
Katie Bedford se estremeció y lloró.
Cynthia aseguró que era de alegría. Bendijo
a la iniciada y dijo que el himen ya no molestaría a partir de esa sentada
milagrosa.
Owen
termina esta historia afirmando que el Siva
de la ceremonia era hueco, y que un cómplice era el ejecutor de los
desfloramientos. Posteriormente Cynthia Slavery
fue ejecutada en Londres, en presencia de los integrantes de su secta,
que aún le rinden culto en la India.
|