Semblanza de un vanguardista Juventud
Moderna, de Mar del Plata,
en un acto organizado Si
tuviéramos que caracterizar a Bajarlía, diríamos que es un intelectual
de fuste, versado en todo lo que trata, y que profesa una fidelidad
inconmovible por la búsqueda desprejuiciada de la verdad, por el hallazgo
de la belleza y por el sostenimiento de los afectos, entre ellos la
amistad. El, el periodista de nota, el profesor, el abogado que ha sabido
hasta arriesgar el pellejo –literalmente hablando, como cuando salió
a defender de la dictadura última al escritor y periodista Antonio Di
Benedetto–, el literato laureado en los más relevantes concursos, el
jurado requerido por las instituciones literarias más importantes, el
sobreviviente de la épica generación que hace más de medio siglo puso
en marcha al vanguardismo en la Argentina aglutinando a poetas músicos
y artistas plásticos, el dominador de virtualmente todos los temas de
la cultura, el conocedor de los secretos de la criminalística universal,
el buceador de los hechos más polémicos de la historia, quiere ser uno
más en cualquier rueda, y aunque naturalmente sobresaldrá cuando aparezcan
sus temas predilectos –que son muchos_es, llamativamente, un hombre
que sabe escuchar, como sabe leer, que no solamente abre sus oídos para
captar todo lo que le diga un tango, sino que hasta es capaz de ofrecer
letra para una canción. En
Londres, donde han industrializado turísticamente las andanzas de Jack
el Destripador, dicen que hay en Buenos Aires un loco que alimenta la
teoría de que el múltiple asesino era argentino. –Ese
loco soy yo–, admite con una complacida sonrisa Bajarlía, que en cualquier
reunión pasa a detallar sus indagaciones, sus suposiciones y el seguimiento
de los pasos de cierto misterioso personaje porteño, para terminar convenciendo
a quien lo escucha que sí, que el famoso Jack bien podría ser un profesional
argentino, andariego y amigo de jugar en la Bolsa, y que en todo caso
esa hipótesis no es más indemostrable que las otras que tejen los ingleses.
Creo
que podemos estar durante horas contando sus mil anécdotas, sus desplantes
muchas veces quijotescos, contando su vocación insaciable por descubrir
la verdad y defender principios, su generosidad sin límites para compartir
conocimientos, su disposición inveterada para apoyar las iniciativas
de los jóvenes, su cuidadoso ejercicio de la literatura en todas sus
formas, su ética inclaudicable, su sentido del humor (tanto fino cuanto
desopilante), su inclinación a ser amigo, muy buen amigo, con capacidad
para dar un apoyo decisivo, poner la mano en un hombro, alentar un trabajo
literario, señalar un camino, compartir largas tertulias o juntar leña
en el monte cuando se trata de hacer un asado. Pero que nadie se llame
a engaño ni aliente expectativas que puedan terminar en frustraciones:
él siempre será amigo del poeta, pero más amigo de la poesía. Y
todo lo hace sin pose, sin rebuscamiento, con sinceridad. Recuerdo siempre
la forma en que nos encontramos. A principios de los años ´60, yo me
había replanteado, en soledad, la búsqueda de un lenguaje poético basado
principalmente en la imagen, dejando la metáfora para casos mínimos.
Cerca de veinte años más tarde, Bajarlía encontró un poema mío y lo
hizo publicar en "Clarín". Después se tomó el trabajo de ubicarme.
Me escribió una carta, me envió traducciones que había hecho sobre Henry
Michaux y me propuso una entrevista. Cuando vino a Mar del Plata, su
presentación fue ésta: –Encantado. Pero antes quiero aclarar dos cosas:
primero, que nos tratemos de che; segundo, que no es lo mismo imagen
que matáfora. Lo
que siguió, fue una charla, en un bar, hasta las 5 de la mañana. No
tomo esto como una distinción, sino que lo expongo como una muestra,
porque Bajarlía es así con todos. En todos los casos junta la amistad
con la literatura. Por eso no es extraño que reciba reconocimientos
y adhesiones como esta convocatoria originada en la Fundación de Poetas,
dirigida por René Villar. Creo
(lo he escrito en otra oportunidad en una hojas que nuestro amigo guarda)
que Bajarlía tiene la conciencia de que vive en un universo divino y
absoluto de donde le vienen las luces y las cruces. Porque desde su
juventud, lo reiteramos, actúa como un juramentado al servicio de la
verdad y de la belleza, y ante el altar de ambas ha ofrendado un largo
inventario de sacrificios. Una vez perdió un empleo en la redacción
de un diario que hoy sigue siendo de primera línea, porque se negó a
subalternizar críticas de arte. Todavía recuerda con una sonrisa ese
libro que él publicó en su juventud y que le valió que le cerraran virtualmente
de por vida, las puertas de otro importante medio de comunicación, que
continúa siendo gravitante. Pero la cruz es parte del peso del camino
y su contrapeso ha sido una larga y fructífera siembra, merecedora de
gratitud. Sin
hablar de ensayo, de historia, de novela, de cuento, de obras de teatro,
de periodismo, con solamente aludir a sus relaciones con la poesía tendríamos
para hablar durante horas. De todos modos, una personalidad inabarcable
como la de Juan-Jacobo permite que al menos se intente mostrarla a través
de señales, como hace el propio poeta cuando presenta imágenes de la
esencia infinita e inapresable, cuando alcanza a mostrar reflejos y
vibraciones de lo que brilla y lo que no varía. En este caso, estamos
procurando exhibir rasgos ponderables para conformar una suerte de breve
homenaje, como si estuviéramos diciéndole lo que en en el fondo le queremos
decir: Bajarlía, apreciamos tu vastedad y tu rigor intelectual, y te
queremos, y te decimos, aunque sea fragmentariamente, por qué. Hace
pocos años, el grupo de jóvenes marplatenses que consumó la singular
gesta náutica de cruzar el océano en balsa, acuñó una frase memorable:
«Lo que el hombre quiere el hombre puede».
Bajarlía nos viene diciendo eso mismo, con otras palabras y con otras
actitudes. Se puede llegar al nivel de Dante, de Miguel Angel, de Cervantes,
de Beethoven. De hecho, Dante, Miguel Angel, Cervantes y Beethoven lo
demostraron. Pero para eso, o al menos para considerarlo como una meta
ideal e intentar aunque se muera en el intento, hay que salir de la
sombra del pasado, como lo hicieron ellos. Esa me parece que pudo ser
una de las razones movilizantes de la vanguardia de los años `40, que
tuvo a Bajarlía como a uno de sus impulsores. Una vez le pregunté cómo
era que condenaba las tradiciones y ponderaba el Quijote, la Divina
Comedia o el Gilgamesh. De las explicaciones que me dio, me quedó claro
que lo que puede molestar es la conjunción del pasado inmediato y el
entorno contemoporáneo que _y perdón por la metáfora_ al actuar como
un bosque cerrado aunque pequeño, nos impide ver más atrás y más adelante.
Si salimos de la tutela de la tradición inmediata y del presente opresor,
tendremos la libertad para tender hacia adelante el paso creador y,
mirando hacia atrás, podremos evaluar con criterios propios las grandezas
que han producido los hacedores de antes. Si nos aplicamos un poco más,
nuestros conocimientos y nuestra libertad nos permitirán también apreciar
generosamente las creaciones contemporáneas y afirmar la autocrítica
imprescindible. Considero
oportuno remarcar en este ámbito la postura vanguardista, de la que
Bajarlía fue un abanderado y sigue siendo un vocero. Bajarlía es un
sostenedor de la creación y a la vez de la estructuración (o composición)
en una obra de arte. Lo cual lleva a concluir que si se inventa, o se
crea, hay que partir de la nada, hay que librarse de todo lo que nos
ha hecho llegar hasta ese momento. Un
pequeño libro publicado por Bajarlía en 1957 (Edit. Parrot, colec. Nuevo
Mundo), «El vanguardismo poético en América y España», nos plantea:
«Si la poesía es poesía, si ella tiene
vida propia y no se circunscribe a un juicio sobre la vida, en cuyo
caso estaría invadiendo una expresión extrapoética, ¿qué diremos entonces
cuando el poeta da de lado con la imagen, el elemento apremiante, más
indispensable y genuino de la poesía?»
Y
luego nos dice: «Mas no basta con la imagen sola. O
en iguales términos: no basta la imagen conceptual o el concepto poético
inventado con exclusión de toda referencia o juicio sobre objetos dados
por la naturaleza. Es imprescindible que las imágenes estén estructuradas
de tal manera en el poema, que sean independientes por sí mismas sin
dejar de vincularse con su totalidad. (...)... las leyes de su organización
son variables y están condicionadas a ese principio de autonomía que
lleva al poeta a la creación constante de nuevas imágenes y nuevas estructuras.
«No hay situaciones contadas, finitas,
como cuando se recurre a la descripción de lo preexistente o puesto
por la naturaleza. Y al no haber limitaciones, queda eliminada toda
posibilidad de subordinación a lo real extrapoético y a su ineludible
consecuencia simbólica. «La poesía es una realidad con su realidad
propia». También
deja algunas conclusiones que él mismo llama «polémicas»:
·
El modernismo en España y Latinoamérica es obra de
poetas latinoamericanos.
·
El vanguardismo en España y América también es obra
de poetas latinaomericanos.
·
Poesía sin imágenes –vivencias inventadas–
e imágenes sin estructura –organización
invertida– dan solamente poestría.
Bajarlía
ubica al chileno Vicente Huidrobro como autor de la apertura hacia la
invención, y cita unos versos del mencionado creador: «Por
qué cantáis la rosa, ¡oh poetas! / Hacedla florecer en el poema».
De
lo que estamos comentando, surgen algunas reflexiones. Por ejemplo,
que no todo lo que surge en la Argentina tiene que ser malo. Que la
creación poética no es ni más ni menos que un acto de creación, es decir,
formar algo a partir de la nada. En otros términos, que cada obra debe
ser una novedad, aunque vaya por algún molde conocido. Lo importante
es, si no entiendo mal, que un poema aparezca como una realidad absolutamente
distinta, habida cuenta de que la copia no es arte sino que podrá ser
a lo sumo artesanía, como las reproducciones de la Venus de Milo. Yo
tengo que tener ante mí un poema que sea una pieza única. Otra
idea que aporta Bajarlía desde el vanguardismo es la de que el poema
debe estar contenido en una estructura, lo cual elimina la aceptación
del caos. En esto hay una llamativa coincidencia con el sabio Albert Einstein, quien sostenía que las novedades que se incorporen
deben contribuir a la armonía del universo. Pero
hay una coincidencia todavía más llamativa con un genio de la música
que vivió hace más de dos siglos: Juan
Sebastián Bach. No sé si la coincidencia es con el pensamiento de
Bach, pero sí es con el concepto capital de la obra del músico. Me refiero
a la afirmación de Bajarlía de que es imprescindible que las imágenes
estén estructuradas de tal manera en el poema, que sean independientes
por sí mismas sin dejar de vincularse con su totalidad. Bach creaba
melodías y las desarrollaba y combinaba de manera tal que todas ellas
tenían vida propia y además armonizaban entre sí, y no sólo en la línea
melódica, sino en la complejidad de la polifonía. Me explico: Si uno
toma una composición de Bach, advertirá que no se trata de una melodía
con acompañamiento, sino que cada una de las cuerdas, desde el soprano
al bajo, o desde el violín al contrabajo, tiene una partitura con la
que se puede hacer una canción. No hay una subordinación al tema, no
hay un sistema dictatorial ante el cual se sacrifican todas las notas,
sino una armónica convivencia de individualidades, como debería ser,
se me ocurre, una sociedad civilizada. «Parece que estuvieran conversando
varias personas», dijo una vez una señora totalmente desconocedora de
la música, cuando escuchaba una composición de Bach. Es
decir: se parte de la libertad, se crea, se estructura. ¿Valen las leyes
o normas de la preceptiva? ¿Vale la crítica? Según Thomas Elliot, lo que se toma como norma, preceptiva, está constituido
en realidad por hallazgos de grandes creadores, por invenciones, como
el soneto, la décima, el endecasílabo, la redondilla. Aquí entramos
en un terreno ontológico que no podemos ponernos a considerar en este
instante, y que plantea, nada menos, si hay creación en la labor artística,
o si el artista más dotado solamente descubre realidades sorprendentes,
pero preexistentes en algún plano remoto al que sólo llegan los elegidos.
Pienso que es fundamental la libertad, tanto como la individualidad
y la estructuración, tanto en la vida como en el arte. Así lo entendió
Octavio Paz que una y otra
vez sostuvo que el intelectual, y el artista, naturalmente, debe mantenerse
libre de toda tutela social, política o religiosa, porque su vuelo está
por encima de toda limitación y en última instancia porque las fuerzas
de cada sector político, social o religioso, van a tratar de condicionar
ese vuelo y no siempre esos condicionamientos tienen que ver con la
verdad o con la belleza o con el bien. En
la década del' 60, el escritor norteamericano Henry Miller decía a través de uno de los personajes de «Nexus, la crucifixión rosada» (Edit.
Rueda, 1969, pág. 227): «¿Y quién,
pregunto, si no un maestro de la realidad, podía imaginar que el primer
paso en el mundo de la creación debe ir acompañado con un eructo fuerte
y maloliente, como si se experimentase por primera vez el significado
del cañoneo con granadas? ¡Siempre adelante! Los generales de la literatura
duermen profundamente en sus cómodas literas. Nosotros, los peludos,
somos lo que luchamos. De la trinchera que tiene que ser tomada no hay
regreso». Estas
expresiones de Henry Miller seguramente le habrán hecho sonreír socarronamente
a Bajarlía, porque más de dos décadas antes él mismo había usado un
tono parecido cuando participaba en la cruzada vanguardista y condenaba
emblemáticamente al «sonetortismo». Tres
años después de la aparición del «Nexus» de Henry Miller, Bajarlía publicó
un libro de poemas, «Nuevos límites
del infierno» (Ediciones Master Fer, 1972), en cuya página liminar
declaraba: «Sigo sosteniendo que no hay poesía sin imagen
y que no hay imagen sin invención. Sigo pensando que la analogía está
desterrada de un mundo en que el principio de indeterminación (y no
el de causalidad) es el que rige la física atómica y las relaciones
mortales del hombre. Es posible que esté equivocado. Pero quiero estar
lejos de toda estructura del pasado, ya en desintegración. No amo al
hombre sabio. Me comnueve la investigación, que es otra forma de poesía».
Bajarlía
sigue hoy condenando la «sonetorta», aunque queda claro que lo que se
vituperaba era el abuso del soneto, la costumbre del soneto, habida
cuenta de que la repetición es enemiga mortal del arte, porque el arte
es invención, es creación y cada pieza artística algo único. «El
soneto debería usarse solamente para algún tema religioso, también para
la picaresca, y en el lunfardo no queda mal», nos ha dicho últimamente,
y ha llegado a ponderar ciertos sonetos. Pero, con esas salvedades,
es irreductible en descalificar a los sonetortistas. «El vanguardismo, diríamos, criollo,
que fue el más auténtico y yo dría el más importante de Latinoamérica,
comenzó en 1944, en la revista «Arturo». Cuando se lanza «Arturo», entre
cuyos redactores estaban Gyula Kosice, Arden Quin, Edgard Bayley y algún
otro, ya se habían planteado todos los problemas fundamentales dentro
de lo que podía ser una reversión de los modos tradicionales de hacer,
en pintura y en poesía. Los que formábamos parte en aquella época del
movimiento de Arte Concreto-Invención, en el que también estaba Tomás
Maldonado, estábamos muy al tanto de las vanguardias europeas.Nosotros
sabíamos que en 1924, cuando Andrè Bretton publicó el primer manifiesto
y exageradamente decía allí que por escritura automática podíamos realizar
grandes obras, es decir que los creadores debían someterse a la escritura
automática sin control de la razón, había ciertos fundamentos teóricos
en el mismo manifiesto, de donde surgía una cosa muy importante: la
repulsa contra la metáfora. Es decir, la repulsa contra todo lo que
fuera una comparación, para ser sustituido todo esto por la imagen,
es decir por una estructura tropológica en la que la reunión de palabras
antitéticas en poesía nos dieran la imagen. En el mismo manifiesto,
paralelamente había una avanzada respecto de lo que debía ser la pintura:
si la pintura debía ser automática, entonces el pintor trasladaba esa
significación a las cosas abstractas, y comenzaba a estructurar zonas
cromáticas que se oponían en sus valores de intensidad. Es decir, se
abandonó el descriptivismo. O sea que en ese primer manifiesto, dentro
de las falencias que puede tener, había ciertos conceptos que fueron
el fundamento de toda una época que fue revolucionaria no tanto en Europa,
sino de este lado del Atlántico, y entre nosotros, que estábamos al
tanto de todo eso, influyó en el sentido de que teníamos que reaccionar
contra todo lo tradicional, para transformar esa tradición en algo más
inventivo. En otras palabras, el problema residía en la invención y
no en la descripción».
–¿Un arte más espontáneo y menos razonado?–,
le pregunté. –Claro–
me respondió–. Tratando de evitar lo que para nosotros estaba muy gastado
de tanto que se lo había reiterado». –¿Sintieron ustedes el peligro de que
por algún resquicio del movimiento pudiera colarse alguna bandera del
romanticismo –, fue otra
pregunta. Que tuvo esta respuesta: –No.
Para nada. En la medida en que cada uno de nosotros obraba independientemente
en contra de lo descriptivo y de los elementos que pudiera suministrar
la naturaleza, éramos en cierta medida antirrománticos. Podíamos ser
románticos en el sentido de la individualidad de cada uno, pero en el
sentido de la creación estábamos en el polo opuesto de lo romántico,
porque los románticos amaban la naturaleza, amaban el espíritu. Para
nosotros, al espíritu había que dejarlo a un lado, y por otra parte
no concebíamos que un poeta pudiera realizar su creación a base de lloriqueos,
a base de argumentos tristes. Desde ese punto de vista no éramos románticos.
Pero desde el punto de vista de la individualidad, a la autonomía de
cada uno de nosotros frente a todos los demás, sí éramos románticos. También
me dijo: «Para nosotros, el arte en general, y en particular la poesía,
era un mundo que no le debía absolutamente nada a la filosofía ni a
ninguna otra disciplina. El arte de vanguardia era a-filosófico, a-religioso;
no era ateo ni era anti nada,
sino que era prescindente de toda conexión con todas estas instancias,
con la filosofía, la religión, la ética... Considerábamos que el arte
no tiene ética, no tiene religión, es autónomo con respecto a todas
las otras disciplinas». ¿Cómo
evitar la emoción al leer estas deliciosas y conmovedoras líneas? (páginaas
5 y 6): «Me acerqué a Fijman y le di la mano.
Ni mencioné su nombre ni él mencionó el suyo. Nos reconocimos como si
fuéramos amigos desde siempre o como si hubiésemos estado alguna vez
en la Torre de Babel. Lo invité a salir y nos metimos en un bar de la
calle Bolívar. (...) "Es la hora justa", me dijo. "La
hora en que los ángeles se alimentan de luz en la Vía Láctea".
«Las gotas seguían insinuándose en su
enrojecida nariz. Pero sus bolsillos estaban llenos de papeles azules.
Le ofrecí mi pañuelo y lo rechazó como lo hubiera hecho Diógenes ante
la generosidad de Alejandro. Quise responder, pero me paró en seco.
Me habló del tiempo y la poesía. Del tiempo que se mide y de la noche
que se corta como una tajada para que salga elalba. Me habló de la noche
oscura en la qe el ser se halla con su propia luz y la poesía que guía
en las tinieblas para iluminar la palabra. Cuando le mencioné a San
Juan de la Cruz, me respondió: "He sido siempre su amigo".
«Antes de despedirnos le di mi tarjeta.
El a su vez me obsequió el papel plegado, un poema con letra dibujada
(...) escrito en el hospicio. «Lo vi alejarse hacia el sur. Su cuerpo
era una sombra luminosa que barría las sombras sangrantes del crepúsculo».
En
el orden conceptual, definió así a Fijman: «Su ser se desplegó así entre dos vidas
que se extinguían mutuamente para rehacerse en otras instancias. Sólo
fue coherente en su poesía, allí donde las tinieblas y la realidad dejan
de combatirse. Escribir sobre esa dispersión, sobre esa rigurosa atiopicidad,
equivalía a la búsqueda de una imagen virtual más allá del significante». No
está de más subrayar que Bajarlía, es un hombre de nuestras letras que
no sólo es un cruzado y un conocedor, un luchador y un rebelde de muchas
causas, sino que como artista viene plasmando obra tras obra un mosaico
relevante en virtualmente todos los géneros literarios. Un poeta, para
nuestro caso, que deslizó frases como «El
alma es una espada que amanece» («Por aquí pasaron», en «Nuevos
límites del infierno», página 21); o «Mosquito
1: ¿Te das cuenta cómo están creciendo los gusanos? Mosquito 2: Cuando
crezcan un centímetro más, serán aliados del hombre» (Ib., página
35); o, en una alucinante visión cosmológica: «Entonces
dijo la voz: /Cuando todo sea un punto /y el tiempo un impulso diluido,
/yo soy el que estaré» «Poema de la creación», 1996; o en octosílabos
de deliciosa simplicidad: «Mi
amada tiene los labios / más sabrosos que la miel; / los ojos más refulgentes
/ que el lucero de la noche / y el sol del amanecer» («Cantar del
amor y la muerte», en «El poeta y el exilio», 1990). «Atípico hombre de sí mismo», lo definió Francisco Madariaga en el prólogo de
«Poema de la creación», 1996, y agregó que «hacía
falta un cantor lúcido de luz infinita, que trabajando con las imágenes
de la creación , proyectara esas imágenes, sin que impureza alguna –siempre rechazada– se interpusiera entre el foco proyector de su corazón, de su tiniebla,
sangre, razón ardiente, memoria, ciencia, poesía, y las pantallas receptoras
del corazón de otros hombres, de los que aún conservan la inocencia
de la poesía, del sueño y de la fraternidad.» Y cita a Bajarlía: «La poesía (¿quién la vio?) no tiene rostro,
pero tiene unas voz que nos da sombra». Permítaseme,
por último, incluir algunas líneas de cierto sesgo personal en las que
intentaré mostrar cómo en él, el arte y la vida, la poesía, la literatura
y las relaciones personales tienen límites difusos.. Antes
del último verano me escribió varias cartas. En una, me relataba: «Metí un pie en un agujero y caí. No hubo
fracturas, pero tengo un dolor persistente en la cintura, por el lado
de la espalda, que hasta me impide caminar. Sin embargo, para cumplir
con el gobierno de la ciudad, ayer di una conferencia sobre Fijman».
Y tras detallar algunas otras contingencias, decía: «Ya
me voy pareciendo a Job o a los condenados que en Venecia pasaban por
el Puente de los Suspiros». El 21 de agosto, me escribía: «Tu carta del 24 de julio me llevó al instante en que nos conocimos. Me
llevó a esa época que tus emocionadas líneas expresan implícitamente
que era el tiempo del fervor, el tiempo en que el mundo era joven y
nosotros los creadores imbatibles de ese mundo. Tus líneas (o tus entrelíneas)
me hablan de una nostalgia cuya instancia debemos dejar en el camino
para renovar con otros horizontes donde, como decía Vicente Huidobro,
canten los pájaros y nos impulsen a seguir en batalla». Y me contaba
que estaba dando un cursillo sobre literatura de vanguardia. Posteriormente
me informaba que había terminado otro libro. «Mi obra sobre Di Benedetto parece estar en marcha en Corregidor, según
me lo anunció Manuel Pampín», detallaba Bajarlía en esa carta, en
la que, entre expresiones de afecto, no dejaba de advertirme que en
una de esas, el día del Apocalipsis ya había comenzado. Y
esta ha sido la visión parcial que puedo ofrecer sobre Bajarlía, el
amigo que no puede estar hoy físicamente con nosotros porque los años
pesan más en invierno, pero a quien sentimos presente como el Juan-Jacobo
de siempre, corazón bullente y mente abierta. El lúcido y generoso.
El serio y jovial. El que dice que permanentemente hay que ir más allá.
El enemigo de la chantada. El que siempre tiene un libro en edición.
|
E-mail: bajarlia@gmail.com
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