Los mecanismos espaciales
Los viajes espaciales fascinaron
desde la más remota antigüedad. Luciano de Samosata,
en el siglo II de nuestra era, y Konstatim
Tsiolkovsky, en el siglo XIX,
imaginaron que el cielo era una región tan “sólida como el suelo terráqueo”.
La incógnita sólo podía resolverse a través de mecanismos sutiles que
el mismo Tsiolkovsky, el padre ruso de los cohetes espaciales, habría
de imaginar en sus Dreams of the Herat and
the Sky and
the Effects of Universal Gravitation (Sueños
de la Tierra y el Cielo y los efectos de la gravitación universal) (1895).
Uno de estos mecanismos, en los que no faltaban los motores solares, estaba
referido a los satélites artificiales de la Tierra.
La necesidad
de volar preocupó al hombre. Leonardo Da Vinci,
en el siglo XV, ya había construido una máquina
para ganar el espacio, que fue ensayada por uno de sus ayudantes. Era
un mecanismo que remedaba las alas de un pájaro, acopladas al cuerpo del
posible conductor.
El ensayo
fracasó. Sin embargo, en 1648, el reverendo John
Wilkins, en su Mathematical Magick, aseguraba que había 4 maneras de
elevarse por los aires, dos de las cuales adscribían el carro volante
y a las alas “pegadas” al cuerpo (como el mecanismo de Leonardo). La preocupación
pasará luego al “hombre volante” el erótico Restif
de La Bretonne y al cañón espacial de Julio
Verne en De la Tierra
a la Luna (1865).
No vamos
a mencionar a Kepler ni a Wells,
pero sí conviene recordar un nombre olvidado: Mustang McDermont,
quien en 1728 publicó A Trip to the
Moon (Un viaje a la Luna), cuyo protagonista
se lanzara hacia la Luna a bordo de un cohete. Se anticipa, aunque sea
en la ficción, a los mecanismo científicos de
Tsiolkovsky.
Significación de la S–O
Cuando la ciencia ficción contemporánea
comienza con Ralph 124C41 (1911),
novela de Hugo Gernsback, la space opera invade el tema de una pléyade de
autores que crean, insensiblemente, una subespecie del género cuya edad
de oro podemos ubicar en la década de 1935-1945. De esta pléyade inferimos,
a su vez, los tres grandes asuntos que trata la S–O:
1º) el viaje espacial y de aventuras orbitales ; 2º)la guerra espacial, y 3º) el descubrimiento de otros
mundos. Estas significaciones están tratadas en Clefs pour la science-fiction (Claves para la Ciencia-Ficción – 1975), de Igor
y Grischka Bogdanoff,
y en el breve ensayo sobre la Space Opera (1976),
de Pietro Giuliani.
Los
autores de la S–O serán, además
los creadores de algunas nociones fundamentales del espacio, tales como
la de elipse espacial y otros términos ya insustituibles.
En esta categoría recordamos la expresión de imperio galáctico, creada por el novelista
Edmond Hamilton, de Estados Unidos. Este autor,
galardonado en el Congreso Mundial de Ciencia Ficción reunido en Oakland en 1964, creó también la expresión de fuerzas de policía galáctica, que ya se
anticipa a los organismos de seguridad en un futuro que acaecerá implacablemente.
Dentro
de tales significaciones la S–O
realizó una labor de “transculturación”. Las aventuras del western, por ejemplo, fueron transferidas
al espacio. Y de esta manera fue creado un híbrido que se denominó western galáctico. Los cowboys eran sustituidos por extraterrestres,
y los revólveres por el rayo láser. La lucha entre el bien y el mal se
convirtió en una contienda entre el hombre y los seres malignos del espacio
que trataban de destruir la Tierra. El justiciero era, por lo general,
un superhombre que aniquilaba extrañas criaturas de otros mundos.
Los
indios también se convirtieron en espíritus maléficos. El hombre luchaba
contra éstos como otrora lo hicieron los indios. Pero en vez de plumas,
éstos ostentaban extrañas escafandras o mecanismos electrónicos dentro
de los cuales se envolvían para proyectar el terror y la muerte. Star Wars (1977), como lo dirá el mismo George Lucas, realizador del filme y la novela, es un equivalente
del western:
“Desde que el Oeste murió, no ha habido ningún reino mitológico de fantasía
disponible para la juventud, como aquel en que yo he crecido”. Nos habla
de la acción en el espacio, de los caracteres con armas de rayos láser que
“corren en mares espaciales disparando entre ellos”.
Los habitantes de Marte
Edgar
Rice Borroughs, el autor de Tarzan of the Apes (1912), fue uno de los primeros en recurrir a la
analogía entre el planeta y los otros mundos. Escribió ciencia ficción
mientras creaba su Tarzán de los Monos en la
revista The All-Story. Fue también en la misma fecha, en 1912, y lo hizo
con Ander the
Moons of Mars (Bajo las lunas de Marte), publicado en 6 episodios,
que luego se convertirá en A Princesa
of Mars (Una princesa
de Marte). El protagonista, John Carter, perseguido por los indios, se salva de ellos llevado
por el cuerpo astral. Llega
así a Marte, donde Tras Tarkas, el marciano
verde, tiene ojos a modo de antenas, 4 brazos y 5 metros de altura. Este
lo ataca, pero Carter se defiende mágicamente
y se convierte en el amo de Marte. Después se casa con la fascinante Deja
Thoris, princesa de Helium.
A este
título inicial, Borroughs agregó una serie de
S–O: The Gods of Mars (Los dioses de Marte,
1925), Warlords of Mars (Los señores de la guerra de Marte, 1913-14), Thuva Maid of Mars (Thuva,
doncella de Marte, 1922), The Chessmen of Mars
(Los ajedrecistas de Marte, 1922), The Master Mind of Mars
(La mente maestra de Marte, 1927), A
fighting Man of Mars (Un guerrero de Marte,
1930), Sword of Mars (La espada de Marte, 1934-35), Synthetic Meno of Mars
(Los hombres sintéticos de Marte, 1939), Llana
of Gathol (Llana
de Gathol, 1948) y John Carter of Mars
(John Carter de Marte,
1964), su obra póstuma. Franz Rottensteiner (La science fiction illustrée, Du seuil,
1975), analizando al autor expresa:
“El
planeta Marte de Borroughs es un mundo moribundo,
lleno de desiertos, cuyo aire es tan enrarecido que los hombres rojos
de Barsoom (Marte) deben producirlo en la gran Usina de la Atmósfera.
El planeta está poblado de numerosas razas de distintos colores, entre
las cuales los hombres rojos que viven Helim,
Gathol y Ptarth, son más civilizados.
Tienen fusiles y barcos volantes animados por el misterioso Octavo Rayo,
y prefieren, como todos los barsonianos, batirse
a espada. Bandas de hombres verdes surcan la profundidad de un océano
desaparecido.
Hay
también hombres negros y piratas, especialmente en Barsoom
(Marte), y una raza de hombres sin cabeza, semejantes a los que mencionó
Heródoto. Y junto con ellos, los caníbales de U–Gor. La acción
es vertiginosa y constituye el atractivo principal de toda la serie.
“Los
admiradores de Borroughs –sigue diciendo Rottensteiner– afirman complacientes que dos obras suyas son
clásicas en la ciencia ficción: The Land that Time Forgot (La tierra que el tiempo olvidó, 1924), que describe
el descubrimiento de una isla del Pacífico Sur donde los monstruos prehistóricos
viven todavía al lado de siete especies humanas en distintos estados de
evolución, y The Moon Maid (1926). En esta novela la Tierra es invadida y gobernada
por una raza superior pero cruel, llegada de la Luna, hasta que surge
una nueva raza humana que después de algunos siglos transcurridos en el
desierto sacudirá el yugo de sus opresores”.
El Hacedor de estrellas
En 1930 William Olaf
Stapledon, un inglés que disertaba sobre filosofía,
profesor incorruptible de las significaciones humanas, comenzó a derribar
la superficie space opera con una obra notable: Last and First Men (Los últimos y primeros hombres), a la que siguió
Star Maker (1937)
(Hacedor de estrellas).
En la
primera estudiaba el futuro de la humanidad a través de 18 generaciones
que abarcaban hasta el año 2.000 millones. El hombre se transfiguraba
(mutaba) hasta alcanzar distintos mecanismos mentales. El tercer hombre era de pequeña talla, eminentemente pragmático y con
una gran alcance para la música y las artes gráficas. El cuarto hombre poseería, en cambio, un
cerebro semejante a la computadora. El quinto
hombre estaría en condiciones de realizar el viaje en el tiempo. El
decimoctavo hombre resumiría los anteriores.
El homo sapiens
pasaría a ser una pieza de museo.
En Hacedor de estrellas la evolución se hacía
paranormal. Las estrellas se sensibilizaban y cambiaban su curso al influjo
de los imperios galácticos. Los nuevos seres que Olaf
Stapledon llama icthyoies, equinodermos y aracnoides,
ocuparían el espacio para prevenir la destrucción y esperar de alguna
manera al Hacedor de Estrellas.
Con
ambas obras Olaf Stapledon
desvió la S–O hacia otro destino. Terminó así un ciclo de analogía con
westerns galácticos, militarismo, guerras, mecanismos
policiales de seguridad y otras contiendas espaciales. Esto no excluye
la aparición de obras en la que la S–O, tomando algunos de estos elementos,
se convierta en una aventura fascinante sobre la conquista de los espacios
orbitales. O se resuelva en otras subespecies
de la ciencia ficción.
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